Una vez que salimos de vientre materno, nos pasamos la vida intentando replicar este estado de perfecto bienestar en el que nos habíamos desarrollado. Rechazamos el dolor, el sufrimiento, el frío, lo feo, lo oscuro, lo enfermo, lo no grato… No obstante, lo que conseguimos, en búsqueda sinfín de confort, es restringir nuestra capacidad de sentir plenamente todo el abanico sensorial con el que fuimos creados.

El cuerpo se queda dormido, se vuelve delicado, y queda atrapado en un círculo vicioso de hábitos cómodos donde nada cambia.

Está ese dolor generado por repetir patrones dañinos e ideas equivocadas de movimientos y comportamientos, y por otra parte está ese otro dolor, efímero pero desgarrador, engendrado al salir del estado de confort, cuando decidimos desafiar nuestros propios límites, creencias y resistencias, que desemboca en un atisbo de luz. Ese estado se llama conciencia corporal.

Nuestro cuerpo, el vehículo que transporta nuestra alma, no es delicado, no se diagnostica, no es solo dolor agudo y crónico.

Solo necesitamos aceptar el dolor, dejar de luchar con él, encontrar el “¿para qué?”, actuar, cuidar de nosotros mismos. Somos los únicos obradores responsables de nuestra propia sanación.

Para poder vernos, ver nuestra propia luz, necesitamos mirar hacia dentro.

Cada día, nuestra misión es regalarnos calidad de vida.

El Shiatsu te ayudará a abrir las puertas de tu conciencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *